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Día de la Madre Tierra: Inicio de un nuevo ciclo agrícola andino

El 1 de agosto los pueblos andinos, entre ellos aymara, atacameño y quechua, celebran la culminación de un ciclo agrícola. En un gesto de agradecimiento hacia la madre Tierra, se cuentan todas las bondades y la abundancia que ha entregado en el período que ha llegado a su fin y se pide para que el siguiente sea en buena hora. La Tierra se despierta luego de haber descansado durante el invierno y ahora está lista para hacer prosperar los nuevos cultivos que dependerán de la disponibilidad de agua y de las condiciones climáticas, pero sobre todo de la presencia de agricultor@s y pastor@s que con su trabajo colaboran en la existencia de los oasis y cuidan de la reproducción de la flora y fauna que habita en el territorio. 

 

En este día destacamos la importancia que tiene la agricultura tradicional andina en el contexto de crisis climática global, que en cada lugar del territorio se expresa de forma particular. La agricultura andina sirve como ejemplo de adaptación y resiliencia a través del tiempo frente a los cambios en las condiciones ambientales, así como sus campos de acción colaboran con la protección de la biodiversidad en una relación respetuosa, que se vive hacia ambos lados. La sustentabilidad de estas relaciones se manifiesta en la capacidad de mantener un diálogo entre los elementos que conforman el ecosistema del desierto y las actividades locales a través de las cuales se han acercado por cientos de años, como lo es la costumbre que se celebra en torno a este nuevo ciclo agrícola.

 

En la cultura indígena lickanantay, cuyos pueblos se ubican geográficamente al norte de Chile, suroeste de Bolivia y noroeste de Argentina, la Tierra es llamada Pat’ta Hoy’ri (lengua ckunza) a quien siempre se le ha visto como un organismo vivo, se le agradece y se le pide permiso, así como a los abuelos y abuelas del territorio. En esta misma cosmovisión para el primer día del mes de agosto se realizan dos costumbres que también se pueden hacer por separado durante otros momentos del año: el pago a la tierra y prender un fuego para generar humo. Sobre el primero se dice que es uno de los mejores días del año para hacerlo ya que aquí la Pat’ta Hoy’ri se abre (esto ocurre durante todo el mes) con hambre y con sed luego de su reposo, lista para recibir todas las ofrendas y los buenos augurios que se le quieran dar. Esto ayuda a su nutrición y a prepararla para el nuevo ciclo de siembras y para recibir a los animales que en ella se espera que se multipliquen.

 

El pago se realiza en dirección hacia el sol naciente (al oriente) donde se coloca un aguayo y las ofrendas, que pueden consistir en hojas de coca, variedades de alcohol como la chicha, el vino y la cerveza, semillas, cereales y alimentos. En algunos lugares la costumbre se hace con unos hoyos en la misma tierra donde las personas que lo deseen van depositando las ofrendas y elevando sus rezos; en otros se entregan en cántaros de greda. Lo importante es la intención y la fe en el acto a la hora de realizarlo. Con la mano derecha se entrega a la Tierra y con la izquierda a los abuelos y abuelas. Durante este pago también se encuentra encendido un sahumo que se va alimentando con diferentes resinas y yerbas como el incienso y la k’oa (planta altiplánica); este humo tiene la cualidad de purificar y a la vez elevar los deseos y augurios bien alto para asegurarse de que sean oídos en todos los rincones del lugar. 

 

La otra costumbre es la llamada “humadera” donde se enciende el fuego en las casas para cubrir el ambiente con el humo y ayudar a la tierra a entrar en calor para así recibir su pago abrigada y en buenas condiciones, augurando la prosperidad de las futuras cosechas. Esto antiguamente se podía apreciar más, por ejemplo en San Pedro de Atacama cuando aún se dedicaba en mayor parte al cultivo y la ganadería. Los habitantes dicen que en agosto el tiempo cambiaba, llegaban los vientos más fríos y por ello ese primer día se encendía el fuego en todos lados además del pago a la Pat’ta Hoy’ri que tiene sus vetas abiertas y pidiendo permiso para depositar las semillas. Hoy en día la tradición continúa, por una parte en la entrada del pueblo y también en los diferentes ayllus que lo componen, o de forma más íntima en los hogares de cada familia. 

 

Escrito por Paulina Hidalgo. Antropóloga.